Oda a la salvación









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N° 19


Por Jack Fleming

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Nota: Esta alabanza ha sido elaborada exclusivamente con versículos extraídos directamente de la Palabra de Dios. Si desea ejercitar sus conocimientos, ubique las citas bíblicas correspondientes.



¡Oh Señor! Cuan grande e infinita es tu misericordia. Miro hacia el cielo, y veo las titilantes luces del firmamento como un gran anuncio de tu grandeza.

Aún allí observo tu misericordia para con tus criaturas, porque ante ese rótulo celestial, nadie puede presentar excusa para no caer rendido ante tu magnificencia.

Tu Persona se hace claramente visible por medio de lo que tú creaste. Pero los que hemos gustado de tu amor, el asombro de tal grandeza nos embriaga Y nos sumerge en un mar profundo de admiración y perplejidad.

Señor ¿cómo fue posible que yo, que mi pecado me arrastraba cada día más lejos de tu presencia, pudiera llegar a ser hecho cercano a ti?

Tú que habitas en las alturas de la santidad, Y yo siendo lo vil y despreciado de este mundo, pudiera entrar por tus atrios. Era un pantano que mientras más esfuerzos hacía, más me hundía en mi propia condición.

Mi mente finita no alcanza a comprender tan profundo misterio. ¿Podría un muerto como yo levantarme para intentar acercarme a ti? Y aún, cuando ese imposible pudiera haber superado.

Consciente estoy que la luz radiante de tu santidad me hubiera consumido, porque mi pecado levantó un muro insoslayable para mis fuerzas y capacidad, que me excluía eternamente de tu presencia.

¿Podría un gusano que se arrastraba en la oscuridad de su propio pecado, remontarse a las alturas de esa luz refulgente de tu Gloria y Majestad? Donde aún hasta los querubines se cubren ante tu presencia.

Si hubiera superado ese imposible, seguro estoy que tal cercanía me hubiera extinguido, como el calor de un foco consume a la osada mariposilla, que paga con su vida tal atrevimiento.

Pero es más, cuando considero mi condición pasada y mi propia humanidad, Sé que en mí nunca estuvo ni la voluntad de acercarme a ti.

¿De dónde provino esta bendición? ¿Cómo se originó ese sentimiento en mi corazón, donde mora el pecado? Conociendo que no hay quién busque a Dios, ¿cómo llegué a conocerte Señor?

Luego, por la revelación que tu Santo Espíritu me entrega a través de tu Palabra, Tengo que caer rendido ante la gracia sublime que manifiestas, para con los vasos para honra que tú formaste del mismo barro caído.

Y proclamar: Bendito y Soberano Alfarero, todo proviene de ti. Tu Palabra nos confirma: “Sois salvos por medio de la fe”. Pero ¿cómo se gestó en mí esa fe?

Y allí resuena en mis oídos esa gloriosa verdad, porque hoy no solamente he recibido vida, sino que también oídos para oír, y escucho la divina declaración: Cristo es el autor y consumador de la fe.

Mi Amado es también el creador de la fe, es el autor de principio a fin. El que la hizo y la concluye, toda ella le pertenece a él.

Mientras más profundizo en esta divina revelación, mayor es mi gozo, Porque me hace comprender que todo es de él y para él, Por lo tanto inmutable y eterna, como su Persona misma.

No existe para mi alma aguas más refrescantes, que las que emanan de tu Palabra, donde además me aseguras que no solamente eres el autor de la fe, Sino el que la repartes como tú quieres, es el regalo divino para el pecador.

Pero Señor ¿cómo pude yo recibirla si estaba muerto? ¿Podría Lázaro haberse levantado de su tumba por iniciativa propia? Entonces resuena la voz del que venció la muerte.

Y con llamamiento de la autoridad divina que no se puede resistir, me dice: "Yo les doy vida, han pasado de muerte a vida. Yo, de mí voluntad, os he hecho nacer de nuevo por la palabra de verdad".

¿Cómo no habría de prorrumpir en alabanza, conociendo mi condición de pecador perdido? Sé que todo esfuerzo mío, solamente fue para alejarme de ti. Y cuando tu Palabra me dice: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”.

Es cuando comprendo que él tuvo que arrastrarme hasta su presencia, Aún contra mi voluntad, porque me llamó con llamamiento irrevocable, Por medio de Su gracia irresistible.

Fue la voz del Todopoderoso y Soberano Rey, la cual nadie puede objetar, La que me atrajo con cuerdas de amor. Me sedujiste Señor y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste.

¡Oh Señor! ¿qué puedo yo ofrecerte, cuando hasta el arrepentimiento de mi corazón, fue guiado por tú voluntad y no la mía? ¿Quién ha podido ofrecerte algo a ti primero, para que fuese recompensado? Tú eres quien produce tanto el querer como el hacer.

Levanto nuevamente mis ojos hacia el infinito, y puedo leer con inusitada claridad: “Yo te escogí desde el principio para salvación, desde antes de la fundación del mundo”. Y mi corazón se sobrecoge de emoción y gratitud ante tan gloriosa verdad.

Allí, en la soledad de esa eternidad pasada, Cuando no había ángeles que cantaran sus alabanzas o serafines que adornaran tu trono, ni astros que proclamaran tú grandeza.

Allí, en ese anticipado consejo divino, el Dios trino decidió y pronunció mi nombre para incluirlo en el libro de la vida. Y solamente atino a exclamar:

¡Oh! Profundidad de las riquezas de tu Misericordia inescrutable, cuan insondable son tus designios. Gracias oh Dios de la Gloria, por haber sido yo, el objeto de ese amor divino y soberano.

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