N° 7
Por Jack Fleming
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Cant.
2:10-14/16-17"Mi amado habló y
me dijo: Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven. Porque he aquí ha
pasado el invierno, se ha mudado, la lluvia se fue; se han mostrado las
flores en la tierra, el tiempo de la canción ha venido, y en nuestro país se
ha oído la voz de la tórtola. La higuera ha echado sus higos, y las vides en
cierne dieron olor; levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven.
Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de
escarpados parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; porque dulce es la
voz tuya, y hermoso tu aspecto...Mi amado es mío, y yo suya; él apacienta
entre lirios. Hasta que apunte el día, y huyan las sombras, vuélvete, amado
mío; sé semejante al corzo, o como el cervatillo sobre los montes de
Beter".
No existe otro libro en la Biblia donde el creyente espiritual halle un
manantial de aguas más dulces, que éste de Cantar de los Cantares. El amor puro
y limpio se regocija en esta fuente de exquisito deleite.
Por cierto que la primera lección que encontramos en este hermoso libro, es
cómo debe ser la verdadera relación entre el esposo con su amada; el amor
matrimonial vindicado por Dios, exento de lujuria y lascivia. Pero para nuestro
provecho como iglesia del Señor, debemos remontarnos a una esfera infinitamente
superior. No en vano Dios en Su Palabra define a la iglesia como la esposa del
Señor, y a él también le llama: "el segundo Adán".
Todos sabemos cómo Dios formó la esposa para el primer Adán. Desde el principio
de la creación Dios nos evidencia verdades muy profundas por medio de esos
hechos, allí ya vemos cómo el Señor revela cuál habría de ser el origen de la
esposa de Cristo, la iglesia. Ésta sería formada del costado abierto por la
lanza del soldado romano, desde donde brotó la sangre bendita que nos redimió
de todos nuestros pecados, por medio de la cual él ofrendó Su propia vida.
Bajo esta figura de la
esposa, tenemos a la iglesia representada como el objeto de los afectos más
tiernos del Señor. El creyente que realmente ama a su Señor, anhela sus
caricias, busca la soledad de su presencia más que para pedir, para entregarse
en un amor incondicional, porque el amor no es pedir, sino dar. Se deja llevar
en los brazos de su amado para disfrutar de Su presencia y del torrente de sus delicias,
porque en él está el manantial de vida impregnado del aroma exquisito de la
esencia misma del amor.
En el capítulo uno nos describe la preciosa relación íntima que fluye de ese
amor profundo, nos habla del gozo que ella disfruta de la abundancia de su mesa
y del lecho de flores. Las flores son el lecho natural de las ovejas, y aquí
ella se identifica con las ovejas bajo el cuidado amoroso de su pastor, como lo
entendemos en el Salmo 23. Pero en el capítulo dos vemos que ella parece
haberse enfriado en su amor y necesita que él la anime a restablecer esa unión.
Cuando dejamos que ese primer amor se enfríe, es que comenzamos a alejarnos de
él. Nuestro enfriamiento espiritual comienza el mismo día que descuidamos el
gozo de su comunión a través de la oración y la lectura de Su Palabra, esto no
es un acto intencional, sino que se produce debido a que casi sin darnos
cuenta, ya él no ocupa el primer lugar en nuestras preferencias, ni es quien lo
llena todo en nuestro corazón; muy por el contrario, vamos dejando para el
Señor el tiempo que nos sobra, y otras cosas van ocupando nuestro corazón.
Ya la abundancia de Su
mesa no satisface, tampoco los delicados pastos ni las refrescantes aguas;
ahora leemos en el verso 9 que se ha levantado "una pared" que los
separa, ella se ha recluido en su propio hogar. Pero es aquí cuando se
manifiesta con sublime brillo, esa bendita realidad, que aunque nosotros seamos
infieles, él permanece fiel. E interviene con Su gracia y amor bendito, nos
llama a regresar al gozo del primer amor: "Mi amado habló, y me dijo:
Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven".
Este trato amoroso del Señor, nos recuerda también el caso de Elías, cuando
cayó en una profunda depresión y se encerró en una cueva deseando morirse. Pero
hasta allí llegó el Señor, primero a través de un ángel, que lo tocó para
despertarle y decirle: "Levántate, come". Y una vez que hubo comido,
lo dejó descansar nuevamente para volver por segunda vez con el mismo mensaje,
pero ahora añade: "porque largo camino te resta". Luego la paciencia
y misericordia del Señor se eleva a alturas insospechadas para manifestarse él
mismo y decirle: "¿Qué haces aquí, Elías?”. Así es el trato amoroso del
Señor con nosotros, es personal, nos llama por nuestro nombre cuando nos alejamos
de él, cual pastor que llama a cada oveja por su nombre.
Éste es el cuadro que ahora leemos en Cantar de los Cantares, había una pared
que se interpuso entre el esposo y su amada, ahora él le dice: Ven, sal de tu
encierro y soledad, ven a disfrutar nuevamente de mi amor; hasta ahora has
gozado de mi presencia solamente en un lugar determinado y en horas definidas,
ven ahora a gozar y confiar en mí sin depender del lugar y tiempo, deja esas
limitantes y ven a saborear de mi compañía libremente, despréndete de los
formulismos y moldes religiosos que te han encerrado entre las paredes
levantadas por hombres. Sal de tu encierro espiritual, el invierno ha pasado,
permite que llegue nuevamente la primavera a tu vida, las flores con toda su
hermosura y fragancia crecen donde Yo estoy. Ven, deja esa depresión o
indiferencia que te congela. El invierno trae frialdad y oscuridad, pero eso ya
ha pasado, se ha mudado, la lluvia se fue.
La primavera con toda su hermosura y fragancia está donde Yo estoy, ven, levántate,
oh amiga mía, hermosa mía, y ven. Paloma mía, que estás en los agujeros de la
peña, en lo escondido de escarpados parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu
voz, porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto. La frialdad que te ha
envuelto ha terminado, ven, el sol de la primavera una vez más se asoma a tu
ventana, mira las flores de la primavera, seguramente ellas te recordarán
mi gloriosa resurrección, de mi triunfo sobre la muerte.
Sí, yo también pasé por
las tribulaciones y angustias de este mundo, pero mira, he resucitado, Yo mismo
soy, pone tu dedo en mis heridas y tu mano en mi costado, y seguramente ellas
tendrán el mismo efecto que sobre Tomás, caerás rendida a mis pies con un
corazón rebosante de gozo que te hará también prorrumpir una exclamación
de adoración: Señor mío y Dios mío.
Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña. Los agujeros de la peña, o la
peña partida, nos habla de la Cruz de Cristo y sus sufrimientos que culminaron
en el Monte Calvario. La paloma atemorizada se refugia en las grietas de la
peña, y mientras más temor la inunda, más se interna en ella. Acerquémonos,
pues, confiadamente al trono de Su gracia para el oportuno socorro. Es verdad
que él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo
de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Cristo es la peña que fue herida, para que por ella y en ella, nosotros seamos
salvos. Pero ahora él nos recuerda que ha resucitado, ha triunfado, que
traspasó los cielos y ahora desea que nos acerquemos confiadamente hasta Su
trono. Paloma mía, ven, remóntate hasta las alturas, para eso te he dado alas,
ya no eres un gusano que se arrastra, ahora eres una hermosa mariposa de
atractivos colores; ven hasta donde yo estoy, porque he triunfado y he
traspasado los cielos.
No te quedes llorando tu
angustia y soledad, ven, tú puedes levantarte de en medio de tus tribulaciones,
Yo las conozco, es más, Yo también sufrí esas y muchas más, pero mira donde
estoy ahora, ya no coronado de espinas, sino de gloria. Esto es lo que te
aguarda a ti, levanta la vista, no mires las olas del viento, mírame solamente
a mí y podrás caminar sobre el mar de tus tribulaciones. Eso fue lo que también
hizo Pablo y le permitió cantar alabanzas, aún cuando estaba en el calabozo de
más adentro, con su espalda herida y sus pies en el cepo; puso su vista en la
meta gloriosa que le aguardaba.
Tus fuerzas pueden haber desfallecido, pero mírame a mí, ven, levántate oh
amiga mía, hermosa mía, y ven. Paloma mía, que estás en los agujeros de la
peña, en lo escondido de escarpados parajes; muéstrame tu rostro, hazme oír tu
voz, porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto.
El invierno queda atrás con toda su frialdad y sus largas horas de oscuridad.
Mira las flores que se asoman anunciando no solamente mi resurrección, sino
además mi pronto regreso por ti, porque ya te advertí en la parábola de la
higuera; te dije que el día y la hora de mi regreso nadie sabe, pero mira la
higuera, cuando ya su rama está tierna y brotan las hojas, sabéis que el verano
está cerca. Así También, cuando veáis todas estas señales que te indiqué
que habrían de cumplirse, conoced que aquel día está cerca, a las puertas. Y
¿qué crees que significa cuando ahora te estoy invitando no solamente a
contemplar las ramas de la higuera, sino a comer de su fruto?
"La higuera ha echado sus higos, y las vides en cierne dieron olor,
levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven. Muéstrame tu rostro, hazme oír tu
voz".
Él desea saber si nuestro rostro y voz han sido moldeados y perfeccionados por
la obra de la cruz. Si verdaderamente estamos tomando Su cruz cada día para
seguirle, y estamos llegando a ser semejantes a él en su muerte, como lo
expresa magistralmente el apóstol Pablo en Filp.3: 7-10 "Pero cuantas
cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo, y
ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y
lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi
propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la
justicia que es de Dios por la fe, a fin de conocerle, y el poder de su
resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante
a él en su muerte".
El Señor desea ver nuestro progreso espiritual, si realmente ha habido un
cambio, una metamorfosis en nosotros; si realmente estamos estimando todas las
vanidades y glorias de este mundo, como pérdida por amor a él. Si efectivamente
nos estamos revistiendo de Cristo cada día, aún en la participación de sus
padecimientos, para llegar a ser semejantes a él en su muerte, es decir, en su
entrega total, sin limitaciones, ni considerando nuestras propias vidas como
algo nuestro, sino de él y para él.
Por eso ahora es dulce nuestra voz para él, y hermoso nuestro aspecto, porque
estamos revestidos de la hermosura de Cristo, Is.61:10 "porque me
vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio
me atavió, y como a novia adornada con sus joyas".
Que el Señor nos dé mayor gracia por medio de Su Espíritu Santo, para que cada
día podamos seguir impregnándonos más y más de Su amor y de Su hermosura, que
así sea, MARANATHA.
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