Cantar de los Cantares

MENSAJE N °
7
Por Jack Fleming
Cantares 7 escuchar en MP3
Cant. 4: 7 - 5: 1
"Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no
hay mancha. Ven conmigo desde el Líbano, oh esposa mía; ven conmigo
desde el Líbano. Mira desde la cumbre de Amana. Desde la cumbre de
Senir y de Hermón, desde las guaridas de los leones, desde los
montes de los leopardos. Prendiste mi corazón, hermana, esposa
mía, has apresado mi corazón con uno de tus ojos, con una
gargantilla de tu cuello. ¡Cuán hermosos son tus amores, hermana,
esposa mía! ¡Cuánto mejores que el vino tus amores, y el olor de
tus ungüentos que todas las especias aromáticas! Como panal de
miel destilan tus labios, oh esposa, miel y leche hay debajo de tu
lengua, y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano. Huerto
cerrado eres, hermana mía, esposa mía, fuente cerrada, fuente
sellada. Tus renuevos son paraíso de granados, con frutos suaves,
de flor de alheña y nardos, nardo y azafrán, caña aromática y
canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloes, con todas
las principales especias aromáticas. Fuente de huertos, pozo de
aguas vivas, que corren del Líbano. Levántate, Aquilón, y ven,
Austro, soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas. Venga mi
amado a su huerto, y coma de su dulce fruta. Yo vine a mi huerto,
oh hermana, esposa mía, he recogido mi mirra y mis aromas, he comido
mi panal y mi miel, mi vino y mi leche he bebido. Comed, amigos,
bebed en abundancia, oh amados".
En nuestro mensaje anterior dejamos a la esposa en el monte
de la mirra, donde ella se impregnó del dulce aroma del Gólgota. Y
como resultado de esa dulce e íntima comunión con su Señor, ella es
enteramente hermosa para su amado.
"En ti no hay mancha". Esa
pureza y santidad provienen de Cristo, como dice Ef.5: 25 "Como
Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la
palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa,
que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese
santa y sin mancha".
Fue el entrañable amor de Cristo y su
entrega incondicional en esa obra que culminó en el monte Calvario,
donde fue inmolado el verdadero Cordero de Dios; que no solamente
pagó el precio por nuestros pecados y nos dio el perdón eterno de
todos nuestros pecados, sino que nos revistió con su manto de
misericordia y santidad.
Is. 61: 10 "me vistió con vestiduras de
salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y
como a novia adornada con sus joyas".
Hoy su iglesia es para él
muy hermosa: "Ven conmigo desde el Líbano. Mira desde la cumbre de
Amana, desde la cumbre de Senir y de Hermón". El Señor la está
llamando a una posición más elevada, desea que desde las alturas
donde él está, ella mire. La invita a una posición celestial, es un
llamado a estar con Cristo en su exaltación y desde allí mirar hacia
abajo.
Dios nos escogió no para continuar en nuestra posición
miserable, sino para elevarnos a esos lugares altos con Cristo.
Ef.1: 3 dice: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los
lugares celestiales en Cristo". Nos ha elevado a la esfera de
experiencias espirituales con nuestro Salvador.
En Ef. 2: 6
reitera este mismo concepto: "Nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús". No se está refiriendo al destino
eterno de la iglesia en esas moradas celestiales que nos fue a
preparar, porque eso será algo futuro cuando venga a buscar su
iglesia. Aquí dice en tiempo pasado: "nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús".
Es una bendición otorgada por
Dios el mismo día en que nos salvó y nos revistió de esa naturaleza
celestial. Éramos gusanos repulsivos, pero el mismo día de nuestra
conversión, se produjo una metamorfosis que nos dio gran belleza
para el Señor.
Nos capacitó para remontarnos a los lugares altos con
Cristo, para gozar de esas experiencias espirituales junto al Señor
y poder mirar desde esa posición celestial, hacia abajo: "donde
están las guaridas de los leones y los montes que son los
escondrijos de los leopardos". Esa región donde los leones rugen y
los leopardos devoran sus presas.
Mientras más nos elevemos junto
al Señor, mejor podremos ver a nuestro adversario que anda como león
rugiente buscando a quien devorar.
Podremos reconocer con mayor
facilidad a sus servidores en la tierra, que trabajan sin cesar,
camuflándose y tendiendo redes para atrapar alguna víctima. El
creyente desde la altura espiritual, puede ver cuán real es el
conflicto entre el reino de Dios y el de Satanás.
El Señor, desde
esos lugares celestiales le dice a su amada: "Prendiste mi corazón,
hermana, esposa mía, has apresado mi corazón con uno de tus ojos,
con una gargantilla de tu cuello". Por primera vez la llama:
"hermana, esposa mía".
Esto guarda relación con Heb.2: 11 "Porque el
que santifica y los que son santificados, de uno son todos, por lo
cual no se avergüenza de llamarlos hermanos".
Cuan grande es la
bendición que hemos recibido del Señor, no solamente somos su esposa
cual iglesia, sino que cada creyente en particular es su
hermano.
"Has apresado mi corazón". Cautivaste mi amor y me
prendiste a ti. Tus ojos han sido más elocuentes que mil palabras de
tu boca.
"¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía!
Cuán mejores que el vino tus amores, y el olor de tus ungüentos que
todas las especias aromáticas".
Él se complace con el amor de
ella, aunque a decir verdad, nosotros le amamos porque él nos amó
primero, y no podría ser de otro modo, porque Dios es amor.
El amor
es parte intrínseca de Dios, él al compartirnos de esta nueva
naturaleza célica, nos ha derramado de esa esencia divina que hoy
nos capacita para amar.
"Mejor el olor de tus ungüentos que todas
las especias aromáticas". Ella ahora está impregnada de la fragancia
de los ungüentos de su amado. Ha sido ungida con el Espíritu Santo,
que no solo la hizo nacer de nuevo, sino que además la ha rociado de
ese olor fragante que es muy agradable a él.
El fruto de una vida
consagrada, sobrepasa todas las virtudes que en el mundo se puedan
encontrar. Es verdad que personas que no son del Señor pueden
exhibir mejores virtudes que un creyente, pero esas cualidades del
hombre natural jamás pueden compararse con los frutos del Espíritu
Santo, porque carecen de esa fragancia divina.
"Como panal de
miel destilan tus labios, oh esposa". De su boca no salen palabras
ásperas ni amargas, su hablar es dulce, con razón le dice: "Miel y
leche hay debajo de tu lengua". La miel nos habla de su dulzura, y
la leche de su ternura.
"Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa
mía, fuente cerrada, fuente sellada". El huerto nos habla del
paraíso, pero cerrado, al igual que la fuente. En esta expresión
poética nos revela la completa satisfacción de él con su amada,
además implica la idea que ella es exclusivamente de él. Aquí el
sello es símbolo de propiedad privada.
Los renuevos son finos y
deliciosos, como todos los frutos de este huerto que se menciona en
los versículos 13 y 14.
Todos ellos de una gran variedad, nada le
falta. Así es el creyente que es dirigido por el Espíritu Santo, sus
frutos son variados y abundantes, como lo indica 2Cor. 9: 8
"poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a
fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente,
abundéis para toda buena obra".
Col. 1: 10 nos recuerda: "para
que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando
fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de
Dios".
Un huerto sano y saludable, con un labrador divino, no
puede estar sin crecimiento carente de frutos hermosos. Esto es lo
que Dios espera de cada uno de nosotros, que crezcamos y demos mucho
fruto.
Jn. 15: 8 "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis
mucho fruto, y seáis así mis discípulos". Pero también nos advierte:
"Permaneced en mí, y yo en vosotros, porque separados de mí nada
podéis hacer".
Dice en el versículo 15 de nuestro pasaje de
Cantares: "Fuente de huertos, pozo de aguas vivas, que corren del
Líbano". Este huerto que aquí se menciona, era uno que tenía un pozo
y una fuente que fluía abundantemente para regar todo el huerto, y
así producir los mejores y más hermosos frutos.
El Señor dijo en
Jn. 7: 37 "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en
mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua
viva. Esto lo dijo del Espíritu Santo que habían de recibir los que
creyesen en él". Toda frescura y riego espiritual que fluyen en el
creyente, provienen del Espíritu Santo que mora en nosotros.
"Levántate, Aquilón, y ven, Austro, soplad en mi huerto,
despréndase sus aromas. Venga mi amado a su huerto, y coma de su
dulce fruta". Ella prorrumpe con un llamado a los vientos del Norte
y del Sur, al Aquilón y al Austro, para que soplen sobre ese huerto
que es ella misma, a fin de que se desprendan sus aromas.
El
creyente espiritual, en medio de las tribulaciones de la vida,
cuando es zarandeado por el torbellino de las aflicciones, es
precisamente el tiempo en que desprende su mejor aroma, en cambio el
inconverso, allí derrama su olor de muerte.
Ella había llegado a
un nivel espiritual en que reconocía que su bendición dependía de su
ser interior, donde mora el Espíritu Santo, y no de las
circunstancias externas. Por lo tanto, su felicidad es algo que se
transporta con ella misma, sin importar lugar o escenario.
No
importa lo recio que sople el viento de la adversidad, éste solo
logrará llevar más lejos la fragancia de su aroma. Ahora puede decir
como el apóstol Pablo: "Sé vivir humildemente, y sé tener
abundancia, en todo y por todo estoy enseñado, así para estar
saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para
padecer necesidad". Ella ama incondicionalmente al Señor.
Ahora
él le contesta: "Yo vine a mi huerto, oh hermana, esposa mía, he
recogido mi mirra y mis aromas, he comido mi panal y mi miel, mi
vino y mi leche he bebido".
Él vino a su huerto y halló frutos
muy hermosos de delicados aromas. Podía no solamente ver los frutos,
sino que también deleitarse con su exquisito sabor.
En un
principio fue una tierra árida y sin cultivar, pero cuando el
labrador divino comenzó hacer su obra, a regarlo con ríos de aguas
vivas, se transformó en una tierra muy fértil, con vida en
abundancia y frutos que son para el deleite de su Señor.
El fruto
que él quiere, no es el que Marta quería ofrecerle, actividad
laboral, sino aquel delicado y fragante que le ofreció María a sus
pies.
Es significativo que cuando la Palabra de Dios habla del
fruto del Espíritu, no menciona ninguno de los que comúnmente son
muy apreciados en las iglesias de hoy, sino que en singular enumera
varios, como si se tratara de un gran racimo con hermosos y jugosos
granos. Gál. 5: 22 "el fruto del Espíritu Santo es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza".
Que
Dios nos dé mayor sabiduría y sumisión a su Santo Espíritu, para que
cada uno de nosotros podamos dar hermosos frutos, cuya fragancia y
delicia sean del pleno agrado de nuestro Señor. Que así
sea.
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